15. El loco en la colina

Day after day, alone on a hill
The man with the foolish grin
is keeping perfectly still.

Lennon – Mc Cartney
“The fool on the hill”
Album: “Magic and Mistery tour” (1967)


La casa es vieja y como retorcida por los años y por el ventarrón que sopla desde el oeste la mitad de los días del año. De día queda oculta de las miradas de la calle por una muralla de tamariscos aún más viejos y más torcidos que fueron plantados por una mano que seguramente hace mucho ya es polvo. Me gustan estos arbustos, altos como un árbol, que crecen en pleno desierto con voluntad selvática. Lo único que necesitan para vivir es arena y cielo. Beben el agua salada directamente de la orilla del mar con sus largos zarcillos oscuros, fuertes como el cáñamo.
La casa está edificada sobre una loma de greda, en la parte vieja de la ciudad, y sus fondos dan al mar. Desde el límite este de la casa, donde la loma cae a pico formando un pequeño barranco de cuatro o cinco metros de altura, la vista puede volar libre a través del alambrado, y por eso puedo ver llegar y partir los barcos. Barcos de pesca y de carga y también lujosos, enormes cruceros. En este atardecer en que escribo, el cielo y el mar están veteados de rojos y de oro y se duplican y se confunden el uno al otro como enamorados de su propia belleza furiosa.
De pie, en la parte más alta de la ciudad, pienso que el pasado y el futuro, como ese mar y ese cielo, también se abrazan y confunden sus colores en una paleta áspera e indecisa, frente a una tela que empecinadamente quiere permanecer refractaria a cualquier trazo, a cualquier signo. El presente es un marco de fuego y una tela en blanco y el pasado y el futuro no existen más que dentro de mí.
Pasado y futuro son dos entidades fantasmagóricas que arrastran sus pesadas cadenas por los pasillos de nuestra mente. No tienen existencia, y por tanto no tienen forma. Son proyecciones de nuestros deseos, miedos, anhelos y culpas. Básicamente, pasado y futuro son lo mismo y se influyen mutuamente, y nos influyen, a pesar de estar hechos de casi nada.
Una prueba de esto último es el título de este post-logo, de esta confesión final. El título y las citas del epígrafe fueron escritos hace más de dos años, y su destino era convertirse en un relato más de la serie, sin una ubicación predeterminada. Así que, siguiendo mi método usual, archivé el encabezado en mi computadora, a la espera de una idea por donde comenzar a escribir, una idea que nunca llegó.

Por aquel entonces yo vivía en una casa al sur de la ciudad y al nivel del mar. Diversas circunstancias me llevaron a mudarme en una época en que conseguir habitación en Puerto Madryn era igual de fácil que caminar hasta la Luna. Busqué durante meses, sin muchas esperanzas. Sin embargo inesperadamente apareció en mi camino esta casa vieja y rechinante cuyas quejas me acompañan desde hace exactamente un año. La casa en la desnuda loma de greda. La casa en la colina.
Así, la vida se ha encargado, a través de una pedestre crisis inmobiliaria, de proveer el escenario adecuado a las palabras finales de este libro.

Play.

Day after day, alone on a hill
The man with the foolish grin
is keeping perfectly still
but nobody wants to know him,
they can see he’s just a fool
and he never gives an answer.

Pause.

Entre “Vengan juntos”, el primer relato de la serie, y estas deshilachadas reflexiones han pasado doce o trece años. Me siento infinitamente más viejo que entonces, pero no más sabio, ni más justo, ni más feliz.
Como el viento que arranca astillas a esta vieja casa, los años se han ido llevando casi todo. También las razones por las que me decidí a escribir este libro. Tal vez así deba suceder. Tal vez para eso escribimos: para vaciarnos de sueños y de deseos, pero también de terrores y tristezas. Y después, casi sin querer, para soltar al mundo esos sueños y terrores, esos deseos y tristezas, para que otros los encuentren y los hagan suyos. Pero, advierto, son sólo gastados atuendos, máscaras caídas, viejos ropajes.

Play.

Well in the way, head in a cloud,
the man of a thousand voices talking perfectly loud,
but nobody ever hears him
or the sound he appears to make
and he never seems the notice.

Pause.

Una voz, políticamente correcta, me susurra que debería escribir algo menos melancólico y más esperanzador, o al menos más emocionante, para el final de este libro. Pero sucede que no hay libro: sólo algunos recuerdos agrupados alrededor de unas cuantas canciones que me acompañan casi desde que tengo memoria. Sylvia Iparraguirre ha tenido la paciencia de recomendarme un par de veces el que convierta estos relatos náufragos en una novela de ficción. No he querido hacerlo, un poco por pereza y un mucho por obstinación siciliana: así fue soñado y así ha de ser. Dream is over, la voluntad se ha hecho cargo: quod scripsi, scripsi.
Y sucede que tampoco hay final: en este tipo de empresas literarias, las autobiográficas, el “the end” queda a cargo de un pulgar hecho de puros huesos que tarde o temprano apuntará hacia abajo. No hay de qué preocuparse.

Play.

But the fool on the hill sees the sun going down
and the eyes in this head see the world spinning round.

Pause.

Sé que fool no significa “loco”, sino más bien “tonto”. Pero en la edición argentina del disco fue traducido así: el loco en la colina. Tal vez fue intencional, tal vez no. Pero yo he preferido mantener ese error o esa astucia de traducción. La locura tiene más status literario que la estupidez.
Entonces heme aquí, en la colina, loco o tonto, al fin y al cabo a quién le importa, perfectamente inmóvil, la cabeza en las nubes, viendo cómo el mundo sigue dando vueltas y vueltas, escuchando siempre y para siempre la misma canción.

Stop.
Rew.
Play.


Puerto Madryn, mayo de 2004.



The Beatles: The fool on the hill


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